Tuesday, November 07, 2006


Mírenla bien, porque se acaban....


Desgraciadamente, el fenotipo nórdico está en extinción, y no es broma; y el refrescante panorama que vemos en la foto, puede ser en el futuro no más que un lindo recuerdo, algo así como la foto de un Ona o un Yagán; con la diferencia que las razas del sur del mundo se extinguieron contra su voluntad, por guerras o enfermedades, mientras la sociedad europea, más opulenta que nunca y en el mejor momento de su historia, ....se está suicidando.

Un fenómeno sin precedentes: Occidente se suicida, el futuro de Europa es moreno y muy posiblemente musulmán; no podemos saber ahora qué pasará con la herencia cultural europea, si desaparecerá o si será enriquecida con la fusión islámica, o si se mantendrá en América, con marcado acento hispanoamericano, lo que quiera que eso signifique.

Cedo la palabra, en primer término al Nobel Sr. Gary S. Becker, y luego una interesante reseña del libro "América Alone"del Sr. Mark Stein:

Gary S. Becker*

35060920 Septiembre 2006


Chicago (AIPE)- El siglo XX logró la mayor reducción en las tasas de mortalidad, no sólo en los países ricos sino alrededor del mundo. Tasas muy bajas de nacimientos en un creciente número de países se perfila como el gran acontecimiento demográfico del siglo XXI. La tasa de fertilidad indicando el número de hijos de la mujer promedio tiene que ser no menos de 2,1 para que no baje la población de un país sin inmigrantes. Sin embargo, ya unos 70 países donde vive casi la mitad de la población del mundo tiene una tasa de fertilidad inferior a 2,1 y es aún más baja en muchas naciones.

Toda Europa tiene bajas tasas de nacimientos, lo mismo que muchos países asiáticos, incluyendo a Japón, ambas Coreas, Hong Kong y Taiwán. Japón, Italia, Rusia y España son los países con las tasa más bajas de nacimientos, donde en promedio las mujeres tienen poco más de un hijo. Hong Kong es el caso más extremo, donde nace menos de un hijo por mujer.

Cuando la tasa de natalidad está por debajo del nivel de reposición, ese país debe recibir una cantidad suficiente de inmigrantes para mantener una población estable o creciente. Como Japón ha estado opuesta a recibir inmigrantes a menos que sean descendientes de japoneses, la inmigración ha sido insignificante y no sorprende que sea uno de los primeros países en experimentar la caída de su población. La población se reduce también en Rusia no solamente por tener una tasa de natalidad muy baja, sino porque muchos rusos emigran y por sufrir una alta tasa de mortalidad. El promedio de vida en Rusia está por debajo de los 60 años. Por el contrario, en Estados Unidos sigue creciendo la población porque la tasa de nacimientos se mantiene a un nivel de reemplazo de las muertes, atrae a mucha inmigración y esos inmigrantes tienen una tasa mayor de natalidad.

Si en Japón y Rusia persisten las actuales tasas de natalidad y si estos países no cambian su actitud hacia la inmigración o su habilidad de atraerla, se acelerará la caída de su población. La razón es que la baja tasa de natalidad es conducente a menor número de hombres y mujeres en edad de tener hijos. La proyección del Banco Mundial es que la población de Rusia disminuirá en más de 25%, a unos 100 millones de habitantes, para el año 2050, a menos que haya un cambio drástico en las tendencias de mortalidad e inmigración.

Hace poco, muchos se preocupaban del rápido crecimiento de la población mundial. Todavía algunos se preocupan y se presumía que la caída de la población sería una buena noticia para esos países. Lo contrario está sucediendo: muchos países proponen o instrumentan subsidios para que se tengan más hijos. Francia tiene un costoso sistema de asignaciones a mujeres con más de un hijo. Vladimir Putin propuso aún mayores beneficios para fomentar que las mujeres rusas tengan más hijos. Japón está considerando mayores incentivos.

¿Qué preocupa sobre las bajas tasas de natalidad y es ignorado por los neomalthusianos que siguen clamando en contra de aumentos de la población? Una consecuencia de bajas tasas de natalidad y más largas expectativas de vida es que una menor proporción está en edad de trabajar, en comparación con el número de jubilados. El resultado es que el financiamiento de las jubilaciones y gastos médicos se convierte en un reto cada día mayor por tratarse de gastos financiados en la mayoría de los países por impuestos de seguro social que pagan quienes actualmente trabajan.

Felizmente, el cambio a un sistema de cuentas individuales de jubilación aliviaría el problema. Bajo ese sistema, los individuos acumulan activos a lo largo de su vida de trabajo en cuentas de ahorro de jubilación y salud. Y empezarán a utilizar esos ahorros a una edad mayor para pagar por lo que consumen y por sus gastos médicos. Este sistema rompe la conexión entre los actuales trabajadores y los beneficios de jubilación, reduciendo a la vez las consecuencias negativas de una menor proporción de gente en edad de trabajo.

Pero hay otra consecuencia negativa de la caída de la población que casi nunca se toma en cuenta. Al haber menos gente se reduce la innovación porque hay una menor proporción de jóvenes. La gran mayoría de las nuevas ideas provienen de inventores y científicos de menos de 50 años, a menudo bastante menores.

Las innovaciones también requieren intensos esfuerzos iniciales en investigación y desarrollo, con altos aportes de personal capacitado y capital. Ese costo se justifica sólo cuando hay gran demanda de ideas y de nuevos productos. La magnitud de la demanda depende del ingreso per cápita y del número de personas que se beneficiarían de esos nuevos productos, de avances médicos y en otros campos. El número de beneficiarios se relaciona al total y a la edad de la población. La ley Orphan de 1983 reconoce la importancia de la población en estimular las innovaciones. Esa ley concede protección especial de patentes a empresas farmacéuticas que producen nuevas medicinas para gente con enfermedades raras; es decir, enfermedades que afectan a menos de 200 mil personas.

Inclusive, los efectos negativos del crecimiento poblacional que a menudo se citan, tales como mayor contaminación, se pueden solucionar o aliviar con más gente. Una mayor población aumenta el incentivo a innovar que incluye innovaciones en reducir la contaminación.

¿Cuál es el futuro de países con baja fertilidad como Japón? Algunos analistas creen que su baja tasa de fertilidad es sólo temporal y que pronto alcanzará el nivel de reposición. De hecho, el número de nacimientos en Japón aumentó 2% en los primeros seis meses de 2006 y el ministerio de Salud es optimista, pensando que la tasa de fertilidad seguirá aumentando al lograr Japón restablecer su crecimiento económico y bajar el desempleo.

Yo soy menos optimista. Desde 1970, ningún país ha logrado un salto en su tasa de fertilidad luego de que ésta haya caído bastante por debajo del nivel de reposición. Las tasas bajas de natalidad se deben al alto costo de criar niños, especialmente cuando las mujeres están mejor educadas y el deseo de los padres en economías basadas en conocimientos de invertir más en cada hijo, en lugar de tener hijos adicionales. La tasa de nacimiento podría incrementarse aumentando las asignaciones a las madres y dando subsidios a establecimientos que cuidan a niños pequeños. Pero aun generosos subsidios a los padres suelen tener poca efectividad. Dos economistas franceses han estudiado el complicado y costoso sistema de su país, concluyendo que ha logrado aumentar la tasa de nacimientos en apenas 0,1: de 1,7 a 1,8.

Mi conclusión es que la fertilidad en países como Japón que está muy por debajo del reemplazo de la población no aumentará en las próximas décadas al nivel requerido de 2,1 hijos, por más subsidios que se concedan. La solución para esos países es abrirle las puertas a la inmigración. Pero en casi todas partes la inmigración en gran escala crea problemas políticos, económicos y sociales. Para Japón, la inmigración no es una alternativa aceptable, por lo que al igual que Rusia y muchos otros países confronta un futuro demográfico y económico preocupante.

___* Premio Nobel de economía. Artículo publicado originalmente por el Wall Street Journal. El profesor Becker y ese diario autorizaron la traducción de AIPE.

© www.aipenet.com

America Alone, de Mark Steyn
El Suicidio de Occidente


por Rafael Bardají | Publicado el 29/10/2006
Mark Steyn es un conocido ensayista de origen canadiense pero afincado en la Costa Este de los Estados Unidos. Impenitente viajero, sus artículos se ven publicados en diversos medios, desde Vanity Fair al semanario neoconservador Weekly Standard y también en El Iberoamericano. Su estilo es directo, vibrante, punzante. Y las ideas que defienden no lo son menos.

¿El futuro de Europa?
El último libro de Mark Steyn, America Alone se fundamenta en una sola idea, simple pero potente y preocupante: Occidente como concepto está muerto; y como realidad humana, se está suicidando. América se va a ver sola ante los retos del mundo en unos pocos años. De hecho –y a decir verdad- más que América sola, el título debiera haber sido América abandonada. Idea que hace más justicia a las tesis y sentimientos de Steyn expuestos en esta obra.

La línea argumental de esta nueva obra de Mark Steyn es clara: Lo que hoy conocemos como Occidente no va a sobrevivir a este siglo XXI que nos toca. Es más, buena parte de esta comunidad liberal, sobre todo en Europa, desaparecerá mucho antes. Tanto que quizá nos toque verlo. El suicidio de Occidente que nos avanza el autor nada tiene que ver con las visiones apocallípticas a las que nos tienen acostumbrados –hartos estaría mejor empleado- los ecologistas, conservacionistas y demás antiglobalización. Ni Occidente ni el mundo morirán por falta de petróleo o demás recursos naturales; ni las hambrunas amenazarán el boom demográfico; ni una nueva glaciación que suceda a un previo calentamiento será la causa de ello. La cuestión es mucho más simple y eso es lo que nos viene a recordar este libro de Steyn: en el futuro no habrá que preocuparse de todas esas predicciones porque para cuando se materialicen, si es que lo acaban haciendo, no habrá casi nadie humano en nuestro entorno –porque, no lo olvidemos, somos los occidentales quienes nos preocupamos por todas esas cosas, no los chinos, árabes o nigerianos- que pueda sufrirlas. Habremos desaparecido mucho antes.

¿Cómo eso? Para Mark Steyn es muy sencillo de explicar y de entender: simplemente, los occidentales, al menos buena parte de ellos con la sola excepción de los americanos, ni crecemos ni nos multiplicamos, sino todo lo contrario. No es ilógico para una sociedad no sólo secularizada, sino sobre todo post-cristiana y post-bíblica. Pero no por consistente deja de ser menos suicida. Como el autor nos recuerda, la tasa de reposición social, esto es, la cantidad de niños que una mujer fértil debe tener para que una población dada se mantenga estable, es decir, que ni crezca ni se reduzca, es de 2’1. En ese sentido, el mundo, globalmente considerado, está actuando más que bien. El problema es que esa “eficacia” está desigualmente repartida y eso va a causar un ajuste global como nunca antes visto. Los países que están a la cabeza en cuanto a tasa de reposición se refiere, son: Somalia, Nigeria, Afganistán y Yemen, con 6’91, 6’83, 6’78 y 6’75 respectivamente. ¿Sorpresa quien está en los puestos más bajos? Alemania, Rusia, Italia, Japón y España. Entre el 1’3 y el 1’1.

El Instituto Nacional de Estadística posiblemente argüiría que los datos que usa Steyn ha quedado relativamente obsoletos y que el crecimiento de la población en parte de Europa se está recuperando. Particularmente en España se habría alcanzado el 1’34 en el último año. Pero para desgracia nuestra y refuerzo de las tesis de Mark Steyn este crecimiento se debe al aumento de la población emigrante y los mayores índices de natalidad que sostienen frente a los nativos españoles. Nada mejor que un paseo por las plantas de obstetricia y ginecología de nuestros hospitales públicos para comprobarlo in situ.

Por tanto, acorde con el autor, aunque todo el mundo acabe asumiendo la actual apatía demográfica de los países avanzados y occidentales, aquellas sociedades o pueblos que sucumban a ella más tarde gozarán de una gran ventaja competitiva de aquí hasta que ese momento les llegue. Esta ventaja competitiva es más que importante en la sustentación de las tesis de Mark Steyn puesto que para que América se quede sola es condición imprescindible que el resto de Occidente la abandone de una forma u otra. Así como el mundo es hoy más islamista que hace dos décadas, Europa es también más musulmana hoy que hace 20 años. Aún peor, dada las tendencias demográficas en su seno, aún lo será más dentro de otros 20 años. Cierto, las mujeres musulmanas en suelo europeo reducen rápidamente su alta natalidad de su tierra de origen, pero con todo, la tasa más baja a la que han llegado de 2’9 hijos. Lo que quiere decir, que mientras que en una generación, italianos y españoles se reducen a la mitad, los musulmanes en Europa seguirán doblándose durante bastante tiempo. La pregunta que se hace el autor, ¿que impacto tendrá este crecimiento desigual y sostenido durante décadas? Es más que apropiada.

Para Mark Steyn el problema fundamental es la cerrazón y la ceguera que los europeos tenemos para ver realmente nuestro futuro. Preferimos discutir interminablemente sobre arreglos institucionales, sobre multitud de cuestiones que son irrelevantes o secundarias y nos dejamos seducir por la falsa idea de que todo permanecerá más o menos como lo conocemos. Estamos ciegos. Si la demografía se vuelve islámica, tarde o temprano Europa será del Islam. No más Unión Europea, sino más bien Unión Euroarábica. El libro de Mark Steyn recoge ya de por sí suficientes evidencias de qué significaría eso, porque se empieza a sufrir en muchos rincones de Europa. Un cineasta asesinado allí, una parlamentaria que se tiene que exilar a América, un local gay asaltado, otra paliza a chicas “díscolas” en otro barrio, el asesinato a judíos por el mero hecho de serlo…una Europa islamizada no sería más suave, todo lo contrario. De ahí que sean más sorprendentes las manifestaciones de solidaridad con la cultura islámica de grupos de izquierda o feministas en Europa, justo las primeras comunidades que sufrirían el asalto del totalitarismo islámico.
Y esa es la segunda gran tesis de Mark Steyn: lo verdaderamente importante en esta lucha histórica entre occidente e islamización es la debilidad de los occidentales, y más en particular de los europeos, para defender los principios con los que se ha creado y se basa Occidente. El Islam tiene su fuerza, sin duda, sobre todo se si materializa en la forma de terroristas suicidas, pero es más fuerte en la medida en que nosotros somos más condescendientes, retraídos y cobardes. Nuestra debilidad es el alimento de su fuerza.

Si uno hace un discurso crítico con el Islam es inmediatamente tildado de xenófobo y racista. Pero nada de la crítica que se hace al Islam tiene que ver con la raza. Tiene que ver con la cultura social y política que se deriva de la práctica del Islam. A nadie nos molesta un indio o una india vestida a su manera. Porque la India es una nación democrática. El burka o el velo por nuestras calles es ofensivo por lo que connota de rechazo a los valores más básicos que nos han servido de identidad, como europeos, como occidentales, como avanzados, como liberales y como progresistas. Como el propio Steyn dice, si el 100 por 100 de la población de verdad cree en la democracia liberal, poco importa el color de la piel o que haya minorías o mayorías de color. Pero si una sociedad está dividida y separada por culturas donde una parte sí cree en la libertad individual y la otra parte no, que los primeros sean mayoría o minoría es de una gran importancia.

La parte más endeble del libro de Steyn tiene que ver con sus recomendaciones. Su prosa mordaz y colorida se vuelve más gris y menos definida. Posiblemente porque nadie tenga soluciones listas para los problemas a los que nos enfrentamos y nos enfrentaremos. Al menos Steyn sabe que mientras que la población europea nativa se encoge en beneficio de la emigración, los Estados Unidos acaban de superar los 300 millones y que llegarás a los 500 en algún punto de mitad de siglo. Igualmente, Steyn no aborda más que de pasada el agrio debate que sobre la identidad nacional y la emigración está teniendo lugar en la propia Norteamérica. Con todo, el libro es meridianamente claro: América y Europa han elegido caminos distintos para el futuro. Y eso nada tiene que ver con Bush y Chirac, mucho menos con ZP. Lo más curioso, el análisis demográfico que hace de los Estados Unidos, los que están en crisis demográfica por los demócratas y los más dinámicos poblacionalmente hablando, a favor de los republicanos.

Sea como fuere, este es un libro fácil de seguir y de leer, con una prosa periodística que hace pasar las páginas con rapidez, lleno de anécdotas, peor no por eso menos serio y consistente. Para todos los que queremos que Europa no se quede sola (antes de que América se quede sola) es una lectura más que interesante, requerida. Como reza el subtítulo de este libro: es el fin del mundo tal y como lo conocemos. Ni más, ni menos.

America Alone: The End of the World As We Know It, de Mark Steyn. Regnery Publishing (Washington DC), 2006; 256 páginas.

1 Comments:

At 6:28 PM, Blogger Unknown said...

Tiene usted razón.

Cada quien está en su derecho de defender su patrimonio (histórico e identidad, máxime si es al mismo ser humano), máximo, bello y distinto (belleza relativa), y en este caso sería una grandísima pena, dejar extinguir o dejar perder la diversidad de la hermosa variante fenotípica nórdica, que dicho sea de paso es una entre otras variantes, pero que es igualmente hermosa. Hay quienes defienden las ideas del mestizaje y las resultantes, pero también hay quienes defienden las tesis de la consevación de ciertos fenotipos, el nórdico por ejemplo, y eso es igualmente válido, y parece absurdo decir lo contrario, sólo por un pensamiento contrario como pseudo humanismo al azar.
Ojalá, de mi parte, se espere mayor natalidad o un cambio de actitud europeo que libre de la extinción, porque sino sólamente la podremos admirar en museografías a quienes somos de la alteridad y quienes somos admiradores de la belleza de alteridad. Es válida y muy honesta su postura, al igual que muchos hacen hoy para librar de la extinción a tantas bellezas de especies de fauna y de flora , ¿por qué no defender y preservar a las subespecies o variantes fenotípicas humanas en peligro de extinción -también- si hay quienes sean partidarios de defenderlas?

Marino Mendoza
Antropólogo costarricense

 

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