Tuesday, October 28, 2008


En la colina de Champel

Enviado por Serveto el Lun, 27/10/2008 - 21:46.


¿Quién fué Miguel de Servet? ¿Por qué se le recuerda?. La verdad es que se ha cumplido hoy un año más de su asesinato y no son muchos los que podrían respobnder estas preguntas sin antes consultar alguna enciclopedia. Podríamos pensar quizá, que la educación moderna tiene demasiadas materias que enseñar a nuestros niños, y probablemente no queda tiempo que dedicar a un mártir de la Libertad; a alguien que murió en la hoguera por la Libertad, acusado de herejía, y Nó por la Inquisición, sino por Calvino, el "reformador".

La verdad es que tuvo que haber muchos valientes dispuestos a entregar la vida, a través de los siglos, para que nosotros podamos ser libres hoy.

 A continuación una  estupenda reseña plagiada de uno de sus descendientes, llamado, .....SERVETO.
 
http://valdeperrillos.com/blogs/serveto/en-colina-champel


Tal día como hoy hace 455 años, una comitiva encabezada por los síndicos de Ginebra presididos por la voluntad de Calvino,  atravesaba la puerta de la ciudad y se dirigía entre redobles de tambor a la colina de Champel.  Cubierto con una túnica y en estado miserable  llevaban a la hoguera a Miguel Servet, natural de Villanueva de Sijena en el reino de Aragón.

Su delito, negar la Santísima Trinidad, y oponerse al bautizo de niños. La primera por ser una creación de los hombres, que separa y no une a los que creen en el Dios único, siendo el principal obstáculo para la conversión de moros y judíos. La segunda por ser contraria al ejemplo de Jesucristo  que se hizo bautizar voluntariamente una vez adulto.

Conforme al ritual fue atado con cadenas a un poste y rodeado su cuerpo con una cuerda a la que se habían atado sus escritos  heréticos para que se quemaran y le abrasaran a él. Los verdugos no escatimaron en crueldad. Una corona de paja impregnada de azufre cubría su cabeza para que prendiéndose enseguida aumentara el dolor y evocara la pestilencia del infierno. La leña, verde y mojada, para que el suplicio fuera bien lento. Y ya lo creo que lo fue, pues el desgraciado tardó más de dos horas en morir.  En todo momento durante el suplicio fue requerido a retractarse, pero a diferencia de Galileo, se negó  a hacerlo y se mantuvo fiel a sus ideas en la hoguera hasta la muerte.


Le tocó vivir una época extraordinariamente convulsa, a la que correspondió su personalidad excepcional. A los trece años dominaba el latín, el griego y el hebreo. Estudia leyes en Toulouse y a los dieciocho viaja en la corte de Carlos V al servicio del confesor imperial. A los veinte se sumerge en el mundo de los reformadores y escribe su  obra "De Trinitatis Erroribus" por la que veinte años más tarde es ejecutado. Humanista y hombre del Renacimiento, su dominio de las lenguas, de las matemáticas y de la medicina, le permite editar la versión española de la Suma Teologica de Santo Tomás, la Geografía de Ptolomeo, o predecir eclipses a la vez que participar en el debate cumbre de la medicina de la época sobre la acción de los jarabes (medicinas)en el organismo.

Anatomista extraordinario y alumno distinguido junto con Vesalio en la Universidad de Paris, es uno de los precursores del método científico que años más tarde consolida Galileo. Curiosamente es en un libro sobre religión, "Cristinismi Restitutio" y buscando el lugar donde reside el alma, donde  describe la circulación menor de la sangre.

Pero independientemente de la importancia de sus descubrimientos fisiológicos,  o de su labor como polemista religioso, la figura de Miguel Servet se distingue como mártir de la libertad de pensamiento y de expresión de las ideas, cualesquiera que éstas fuesen, en abierto desafío a cualquiera que quisiese coartarla. Las Iglesias Unitarias consideran a Servet su pionero y primer mártir.

Calvino al eliminar a su rival directo perdió su autoridad moral. La injustificable ejecución de Servet escandalizó a muchos pensadores de toda Europa y brindó un poderoso argumento a los defensores de los derechos civiles, quienes se oponían a que se matara a las personas por razones de fe. A partir de ese momento lucharon con más determinación a favor de la libertad de culto.

 Leibnitz y Voltaire le rindieron constante admiración.


De nuevo cuando el dogmatismo reaparece, esta vez curiosamente travestido de laico y con el conservacionismo de la naturaleza por coartada, nada mejor que recuperar la huella de una persona que no dudó en dar la vida por sus ideas.

Vaya, en el aniversario de su asesinato, estas líneas de modesto homenaje recordando una cita de su escrito de defensa desde la cárcel de Ginebra: 

"Ni con estos, ni con aquellos estoy conforme ni disiento en todo.

Todos tienen parte de verdad y parte de error,

y cada cual descubre el error en otro sin ver el suyo".

¡Qué gran verdad!.



Y... otro homenaje...


Servet, quemado por caníbales con manteos

Por RAÚL DEL POZO




Voltaire resumió así el desdichado final de Miguel Servet: caníbales con manteos negros se apoderaron de él, de su dinero, y le quemaron a fuego lento para agradar a Calvino. Los jueces de Ginebra violaron los derechos de las naciones y destruyeron a un héroe de la conciencia libre, a un médico, que como después su paisano Cajal, revolucionó la medicina. El protestantismo tiene en la conciencia su Galileo, aquel baturro que se iba de la mojarra, con un ego incontenible y una genialidad cercana a Goya, o a Buñuel; como el de Calanda vivió entre la fe y la blasfemia. Llegó a decir que creer en la Santísima Trinidad era como adorar a un perro de tres cabezas.

«Nosotros –dijeron las cucarachas–, síndicos, jueces de las causas criminales en esta ciudad (Ginebra), visto el proceso hecho y formado ante nosotros a instancias de nuestro procurador criminal, contra ti, Miguel Servet, de Villanueva, en el reino de Aragón, en España, por el cual y por tus voluntarias confesiones en nuestras manos hechas y muchas veces reiteradas, y por los libros presentados ante nosotros, consta y resulta que tú, Servet, has enseñado doctrina falsa y plenamente herética. Te condenamos a ser atado y conducido al lugar de Champel y allí sujeto a una picota y quemado vivo juntamente con tus libros, hasta que tu cuerpo sea totalmente reducido a cenizas».

Era alto, sombrío, moreno, empecinado, tozudo, pedante, sabio, superdotado, paje de obispos, corrector de pruebas en la clandestinidad. Su blanca barba hasta la cintura ardió y también se quemó un cerebro como el de Einstein, cuando las mejores mentes eran destruidas por los papas sodomitas y los luteranos psicópatas. El sabio padecía de una malformación inguinal, posiblemente a consecuencia de una sífilis que trajeron los primeros navegantes de las Indias. Hijo de un notario, de familia de marranos, aunque infanzones, se disipó por las fronteras con diversos alias y apodos; igual que Vives y tantos nigromantes, librepensadores, místicos y santos, anduvo errante, riñó con todos los teólogos, en todas las ciudades, se opuso al bautismo de los niños.

Lo destruyeron porque no estaban de acuerdo con sus interpretaciones de la Biblia, porque descubrió la circulación pulmonar y porque jamás se arrodilló ante patrañas. Fue en las orillas del lago de Ginebra. Dijo el ministro ginebrino: «Ya veis cuán gran poder ejerce Satanás sobre las almas de que toma posesión. Este hombre es un sabio, y pensó enseñar la verdad; pero cayó en poder del demonio». Lanzó espantosos aullidos. El verdugo lo amarró a la picota, le puso una corona de paja untada de azufre y al lado un ejemplar del Christianismi restitutio. Con una tea prendió fuego a los haces de leña, húmeda por el rocío de la mañana.

– ¿Por qué no acabo de morir? Las 200 coronas de oro y el collar que me robásteis, ¿no os bastaban para comprar la leña suficiente para consumirme? Los ginebrinos echaron troncos secos para aliviar el martirio. Así que no está basado en la historia aquel texto de Borges: «Una tradición oral que recogí en Ginebra refiere que Servet dijo a los jueces que lo habían condenado: ‘Arderé, pero ello no es otra cosa que un hecho, ya seguiremos discutiendo en la eternidad’».

Acusado de escribir 38 proposiciones heréticas, de haber difamado a la persona de Calvino y a la iglesia de Ginebra, se le objetó que hubiera escrito de la fertilidad de la Palestina en un libro sobre Tolomeo. Calvino le acusó de panteísta; lo visitó en el calabozo cuando las pulgas se lo comían «Mis calzas están desgarradas, y no tengo camisa que mudarme».

– ¿Crees, infeliz, que la tierra que pisas es Dios? –le preguntó Calvino.

– No tengo duda de que este banco, esa mesa, y todo lo que nos rodea es la sustancia de Dios.

– Entonces también lo será del diablo.

– ¿Y lo dudas?

Nació en la época de hechiceras, conjuros eróticos, jamás olvidó el aroma del romero. En Villanueva de Sijena, a 16 kilómetros de Sariñena, estudió para ser el más grande de todos los herejes. Según Menéndez Pelayo, entre los heresiarcas españoles ninguno le vence en audacia y originalidad de ideas, ni en lo ordenado y consecuente del sistema, ni en el vigor lógico y en la trascendencia ulterior de sus errores. Nació en Tudela, pero se crió en Villanueva. «Son clarísimos –escribió– los españoles de todo orden, por sus navegaciones oceánicas». Habla con melancolía de las mozas de su pueblo que se perforaban los lóbulos de las orejas con un arete de oro o de plata. «Rodean también su talle con cinturón de madera, para parecer más pomposas y no salen de casa si no las acompaña una caterva de criados que las precede y de criadas que la siguen. Se abstienen del vino y deforman su rostro con colirios, munio y cerusa».

Creo que al genio se le iba de vez en cuando la olla, porque tuvo alucinaciones; descubrió a Jesús cabalgando en la cuádriga de Ezequiel y entre los mirtos de Zacarías y a Cristo caminar en las olas del viento, midiendo los cielos con su palmo, «le caben en sus manos las aguas del mar».

«¡Oh, Cristo, Hijo de Dios eterno, salva mi ánima! ¡El hacha! ¡El hacha!», murmuró el caballero andante de la Teología. Théodore de Béze piensa que hay tres terribles monstruos religiosos nacidos en España en el siglo XVI, Loyola, Servet y el conquense Juan de Valdés.

En aquella época, los españoles no eran tan horteras como hoy, ni iban por las ciudades del mundo a comprar, sino a discutir de teología y de amor. Descubrió la impiedad cuando conoció al franciscano José de Quintana, erasmista, confesor de Carlos V. Con él asistió a la coronación del emperador en Bolonia dos años después de la mañana del 5 de mayo de 1527, cuando al atardecer, 25.000 furiosos mendigos con espada y antorcha en la mano, con el santo y seña de Imperio, España, Victoria, invadieron rugiendo Roma. El paje adolescente del cardenal asistió después a la coronación de Carlos V por Clemente VII. Allí se dio cuenta de que al Papa lo llevaban los príncipes en los hombros, y el pueblo vivía de rodillas. Después de ver el espectáculo diría: «La Iglesia católica es una prostituta».

Las dos iglesias cayeron sobre él. «Hoy –escribió Jiménez Losantos– ni católicos ni protestantes gustan de recordar a quienes quemaron, pero tampoco los ateos guardan consideración por quienes dedicaron lo mejor de su tiempo a la teología». La Iglesia protestante reparó en parte su culpa cuando le erigió un monumento. «Somos hijos de Calvino, pero lamentamos el error del siglo».

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