Saturday, August 09, 2008

UN CRIMEN NEFANDO
(Un genocidio silencioso)

Prof. Dr. Fernando Orrego Vicuña.
Profesor titular de la Universidad de Chile. Investigador, profesor de Neurociencias y ex-decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes (Chile).
http://pildoradiadespues.blogspot.com/

El siguiente es un notable ensayo escrito por Dn. Fernando Orrego para :”El Mercurio”, que fué publicado el 19 de septiembre de 1999. Desde aquella fecha he guardado el recorte; pero ahora, ante el fundado temor de que el deterioro natural del papel pudiere privarme en el futuro de esta lectura que tengo por imprescindible, me decidí a repaldarlo en un soporte electrónico.
Hecho lo cual, obviamente, me entró el deseo de compartirlo, por lo cual lo publico ahora.


A modo de presentación:
Junto a una dilatada trayectoria en la docencia universitaria y la investigación científica, Dn Fernando Orrego ha sido un autor prolífico y motivador, que combina la honesta difusión de la ciencia con su profunda vocación humanista, en un estilo culto y prudente pero siempre clarísimo en la denuncia del Genocidio Silencioso que tenemos la desgracia de presenciar como espectadores impávidos.
Sus escritos han tenido influencia en la formación de grupos pro-vida en Chile.
El profesor Orrego es casado con Dña. Ma. Cristina Sánchez, y profesa la religión católica.

Si miramos ese siglo XX que ya se nos ha ido, vemos en él un desarrollo magnífico de las ciencias naturales y sus aplicaciones. Vemos el descubrimiento de la estructura del material de la herencia, el ADN, que aporta información a cada una de las células de nuestro cuerpo y a las de nuestros descendientes; vemos el increible detalle con que se conoce la estructura y el funcionamiento de las células, (¿Qué hace que se contraigan nuestros músculos?, o ¿cómo se comunican nuestras células cerebrales?, -hoy , en alta medida, lo sabemos-); de la estructura íntima de la materia se ha conocido mucho –pero aún más falta-; se ha visto que vivimos en un universo dinámico, en expansión, cuyos orígenes se conocen con una precisión difícil de concebir; se descubrieron los antibióticos y multitud de drogas; los rendimientos agrícolas han crecido inmensamente; los químicos han desarrollado fibras sintéticas para vestir a la humanidad entera, todo lo cual ha mejorado la condición de todos los hombres y mujeres a niveles nunca antes conocidos. Hoy, la humanidad vive más, se enferma menos, se alimenta, se viste y se educa mejor que nunca antes en su historia. Sólo para dar un ejemplo: la mortalidad infantil en Chile, que en 1960 era de 118 niños fallecidos en el primer año de vida por cada 1.000 nacidos vivos, había descendido en 1.989 a 18 por 1.000, y en 1.999 estaba cerca de 12 por mil. Esto es, sin duda, un grandísimo bien. Aparece también una conciencia más desarrollada respecto de los derechos de la persona humana, la búsqueda de la paz, el respeto por los trabjadores, la protección del medio ambiente y la organización de las naciones en comunidades más amplias. Vemos también ese hito extraordinario, el concilio Vaticano II, con su llamada a la santificación de nosotros, estos ciudadanos corrientes y molientes, los laico, que en “coincidencia profética” había comenzado ya a predicar, desde 1928, San JoséMaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Esta incorporación plena de los laicos a la acción evangelizadora y santificadora de la Iglesia constituye un gran hito en su Historia, cuyas incalculables proyecciones se irán viendo cada vez con mayor fuerza.

Pero no sólo ha crecido el trigo, también lo ha hecho la cizaña, ¡y en qué medida!

En el pasado siglo han muerto por guerras no menos de 170 millones de personas, y las cifras van aumentando al irse revelando la magnitud real de los rusos muertos en la Segunda Guerra. Ello incluye a los combatientes y a los civiles inocentes muertos en bombardeos de ciudades sin valor bélico.
Fué ese, mucho más todavía, el siglo de los grandes genocidios: no menos de 100 millones de opositores y campesinos muertos, desarraigados o deportados en la Unión Soviética y en la China de Mao; el 40% por ciento de la población de Cambodia por el régimen de Pol Pot y su Khmer Rouge, (dirigido por ideólogos formados en universidades francesas, quienes pensaron implantar una utopía agraria. Pienso que en Chile, en 1973, tuvimos el riesgo cierto de algo similar). Entre cuatro y seis millones de hebreos, gitanos y católicos en los campos de exterminio del nacionalsocialismo:, incluyendo a Sn Maximiliano Kolbe y a la admirable Edith Stein, hebrea y cristiana ejemplar.
Pero, sin duda, en términos cuantitativos, el problema de muerte más importante del siglo es el del aborto. Según el Anuario Demográfico de Naciones Unidas de 1990 el número total de abortos “legales” (matar a un inocente indefenso ¿puede llamarse “legal”?) en el mundo fué de aproximadamente 12.600.000, incluyendo 8.400.000 en la URSS, 1.600.000 en los EE.UU. y más o menos 500.000 en la India y otros tantos en Japón. Una estimación bastante conservadora para el total de abortos en el mundo, incluyendo los ilegales, es de, al menos 40.000.000 por año. En sólo cuatro años se igualaron todas las muertes por las guerras del siglo, y en un mes con 24 días, se supera el total de las víctimas del holocausto nazi.
En la mayoría de los paises industriales este crimen nefando, indigno, torpe, del que no se puede hablar sin repugnancia u horror, ha sido legalizado. Esto ha llevado al filósofo español Julián Marías a decir:
“¿Qué es lo más grave que ocurrió en el siglo XX?… es la aceptación social del aborto. Que eso parezca moral, eso es lo que no había ocurrido nunca y es lo más grave que ocurrió en el siglo XX, incluido todo, que es mucho”.
Es a las causas de este crimen masivo y a su aceptación legal, incluso a su obligatoriedad coactiva como en China, a los que trataré de responder.

Desvalorizacion De Lo Humano

Esta actitud destructiva hacia personas humanas inocentes, los niños antes de nacer, me parece deriva de múltiples factores históricos que han llevado a una visión que desvaloriza radicalmente al hombre, no importe su edad. Así, los niños por nacer son considerados simplemente como “un puñado de células”, un conjunto de moléculas ensambladas por obra del azar, y que carecen de dignidad o relevancia. Característica, por su ignorancia y su soberbia, es lo declarado por un catedrático español de Derecho Penal en 1977, cuando se discutía la ley del aborto: “El aborto supone únicamente la eliminación de algo que no se sabe muy bien lo que es, y en las primeras semanas posiblemente no pasa de ser un coágulo de sangre” (Enrique Gimbernat, El País, 2-11-1977).
A esta desvalorización extrema del hombre se ha llegado gradualmente, en buena medida por una interpretación sesgada de datos científicos válidos en sí mismos. Uno de los primeros fué la pérdida, por la teoría de Copérnico, del rol central de nuestro planeta en el universo. Ello en sí mismo es irrelevante, pues la dignidad del hombre, igual que la de un rey que tiene su trono en un extremo de la sala, no deriva de su centralidad geográfica, sino de su naturaleza.
A ello siguieron las ideas de Darwin sobre el origen del hombre como enteramente derivado de otras especies animales. Darwin fué un biólogo extraordinario cuyas ideas biológicas son hoy sustancialmente aceptadas. Sin embargo, como antropólogo fué bastante deficiente, pues no logró pasar de la Antropología Física. Así en su obra EL Origen del Hombre (The Descent of Man), de 1871, comienza diciendo: “Aquel que anhele saber si el hombre es un descendiente modificado de una forma anterior…” Ya en esta frase aparece el equívoco fundamental de toda la cuestión, pues, de un solo plumazo se da por sentado que “el hombre”, en todo su ser puede ser totalmente derivado de formas animales anteriores. Todo el problema del ser del hombre, del hombre total, que ha ocupado a las mejores inteligencias de la humanidad a lo largo de su historia, lo da Darwin simplemente por sentado y resuelto. Uno de los primeros en ver con claridadla desproporción de lo planteado por Darwin fué Sir Wilfred Le Gros Clark (eminente paleoantropólogo inglés), quien en 1964 expresó:
“Es posible que algunas amargas controversias pudieran haberse evitado si se hubiera hecho una distinción clara entre lo que puede llamarse ‘el hombre anatómico y fisiológico’ (esto es, la especie biológica Homo sapiens) y el concepto de Hombre en su más amplio contexto filosófico. El anatomista no está calificado como anatomista para definir al hombre como Hombre: es competente sólo dentro de su campo específico de estudio, para definir al hombre en términos anatómicos como una de las especies del mundo animal, Homo sapiens. Por esta razón, es importante que al discutir el origen evolutivo de nuestra propia especie, evitempos en cuanto sea posible, los términos ‘hombre’ y ‘humano’. Podemos enfrentar todo el problema con mucha mayor objetividad si nos limitamos estrictamente a los términos científicos de la zoología, tales como Homo…y Hominidae”.
Esta distinción clara entre el hombre total, el Ser real del hombre, y el ente biológico Homo sapiens, el único que pueder ser objeto de las ciencias biológicas, es indispensable para poder conocer el valor, la dignidad y la libertad del hombre, en suma, su carácter a la vez espiritual y biológico, que lo hace estar tanto en la naturaleza como sobre la naturaleza. Si se limita el análisis a lo meramente biológico, al hombre como “puñado de células”, conjunto de moléculas o de partículas subatómicas, en suma a su materialidad, no se ve por qué haya de tener una dignidad superior a una piedra o a una nube de gas. El contenido informacional de un ente material no es fuente de dignidad alguna, sólo lo es de su complejidad. Por ello, el tratar como cosas, como seres que se valorizan sólo según su utilidad, a los niños por nacer, a los minusválidos, a los enfermos incurables, a los ancianos, a las mujeres, a los enemigos de clase, a los hebreos, o, incluso, al propio ser, es una consecuencia inevitable de esta concepción reduccionista del hombre, cuyos frutos amargos tan claramente aparecen en el último siglo.

El movimiento eugénico

Una de las ideas fundamentales de “El Origen de las Especies”, de Charles Darwin, es la de la selección natural o de la supervivencia del mejor dotado. Esta idea biológica, que ha sido comprobada experimentalmente, fué extrapolada, con la oposición de Darwin, al plano antropológico por Francis Galton, precisamente un antropólogo físico y primo de Darwin, quien creó la Eugenesia, o ciencia para generar seres humanos más perfectos. Este sistema, a pesar de sus buenas intenciones iniciales, era un mecanismo de control tecnológico de la procreación humana y, por una inexorable lógica interna, comenzó a producir frutos perversos tanto en los paises anglosajones como en los germánicos, donde llegó a tener una gran difusión. En la Alemania nacionalsocialista de los años treinta se inició un programa en el que se esterilizó a deficientes mentales y se mató a unas 275.000 personas con enfermedades incurables o con graves alteraciones psiquiátricas o, incluso, porque fueron consideradas como “socialmente inútiles”. Aquí fué donde el teórico de nazismo, Alfred Rosenberg, acuñó la expresión “vidas que no merecen ser vividas”, que se usa hasta el día de hoy.
Esto fué el ensayo general del holocausto que vendría en los años cuarenta, con sus sistemas de gran perfección técnica para destruir vidas humanas inocentes.
En los Estados Unidos, el movimiento eugénico llevó a las leys de esterilización de los deficientes mentales, y, poco más tarde, a la promoción masiva de la contracepción, la educación sexual de tipo zoológica en las escuelas y la promoción de la legislación y praxis del aborto.
Algo similar ocurrió en el Reino Unido y en los paises escandinavos. Es interesante conocer, por ejemplo, lo que opinaba la fundadora del movimiento antinatalista inglés, Marie Stopes, en 1920: “La sociedad permite que los enfermos, los negligentes raciales, los que no ahorran, los descuidados, los débiles mentales, los miembros más bajos y peores de la sociedad, produzcan innumerables decenas de miles de niños de pequeña talla, alterados, inferiores… que van a drenar los recursos de las clases superiores a ellos” para lo cual propone “la esterilización de aquellos totalmente inadecuados para la paternidad como una posibilidad inmediata, más aún, obligatoria…”.
Por su parte, Margaret Sanger, fundadora en Estados Unidos de Planned Parenthood (Paternidad Planificada), decía en 1932 que se debía “aplicar una firme y rígida política de esterilización y segregación a ese nivel de la población cuya progenie ya está manchada, o cuya herencia es tal que rasgos objetables puedan transmitirse a la descendencia”.
“Destinar granjas u hogares para estas personas segregadas donde se les enseñaría a trabajar bajo instructores competentes por el resto de sus vidas”
.

Luego, las organizaciones nacionales de planificación familiar de los Estados Unidos y del Reino Unido se unieron en la Federación Internacional de Planificación Familiar, IPPF, la cual incentivó la creación de organizaciones asociadas en muchos paises del mundo, tales como Aprofa, en Chile, Profamilia, en Colombia, y, con nombres equivalentes, en toda América Latina, excepto Argentina y Uruguay, para limitar el crecimiento de la población. En esto se seguían los lineamientos estratégicos de los Estados Unidos, expresados claramente en el documento confidencial del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, “Implicaciones del Crecimiento de la Población Mundial para la seguridad y los Intereses Externos de los Estados Unidos”, de fecha 10/XII/1974, mejor conocido como “Informe Kissinger”, país cuyo gobierno es el principal contribuyente para estas políticas. El gobierno norteamericano, aparte de apoyar a IPPF, que es uno de de los principales organismos promotores del aborto en el mundo, actúa directamente a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID), dependiente del Departamento de Estado, organismo que introdujo en Chile, en los años 70, elementos abortivos para inducir más de cien mil abortos. También el mismo gobierno, junto con los de otros paises industriales, creó el Fondo de Población de Naciones Unidas, que fué el organismo mediante el cual la administración Clinton, pretendió, usando la “Conferencia Sobre Población y Desarrollo” efectuada en El Cairo en 1994, extender el aborto a todos los paises del mundo, tentativa que sólo fué detenida gracias a la acción decidida de la Santa Sede, de los paises islámicos, y de algunos paises de América Latina, notablemente Argentina
(esta intentona abortista “global”, fué dirigida por Al Gore, el futuro ¡‘Nobel de la Paz’!! jefe de la delegación norteamericana en la conferencia).
También la Organización Mundial de la Salud (OMS) sostiene activamente la difusión del aborto y ha financiado el desarrollo de diversos procedimientos destinados a ese fin.
Para Lenin y el marxismo-leninismo en el mundo entero, el aborto es considerado un “derecho de la mujer”, por ello, apenas llegaba el comunismo al poder, se habrían clínicas abortivas estatales. Ello explica el alto número de abortos que se registran en los paises comunistas o en sus sucesores.

Seres sobrantes y contaminantes

Otra forma de desvalorización que han sufrido los seres humanos en el último siglo deriva de la demografía. Las amenazas contra la vida que provienen de este campo derivan del falso concepto de que vivimos en un mundo sobrepoblado, con un supuesto exceso de gente que, por una especie de ley de la ofertay la demanda, haría que cada individuo valiera menos, hasta llegar, incluso, a ser indeseable. Aunque es un hecho que la población del mundo, debido a que la gente se muere menos –un gran logro humano- ha aumentado 6,3 veces en los últimos doscientos años, la base de la cual se partió era un mundo virtualmente vacío. Para comprender hasta que punto esta idea de la sobrepoblación es un mito generado ideológicamente, hay que hacer que la realidad sea fácil de comprender. Por ejemplo, todos tenemos la idea de lo que es un terreno de 1.000 m2. Es un espacio bastante amplio, del que muy pocos habitantes de las ciudades disponen. Si suponemos que en un terreno así vive una familia de ocho personas (los padres, cuatro hijos, un abuelo y una empleada), me parece que están bastante holgados. Esa densidad de población equivale, pues, a 8 personas por 1.000 m2, o a 80 personas por hectárea, o a 8.000 personas por km2, magnitud esta última que nos es difícil de captar de modo intuitivo, pero que, por ser equivalente al terreno inicial con sus ocho ocupantes, ahora podemos darnos cuenta de cual es su significado real. Supongamos porun momento que agrupamos a toda la población del mundo, unas 6.000 millones de personas, en una misma región, con la misma densidad de 8.000 personas por km2. Vemos que ocuparían, de manera holgada, 750.000 km2, lo que equivale apenas al 28% de la península arábiga (o a la superficie continental de Chile). En todo el resto de los continentes no habría ni una sola persona. Es decir, el mundo en su conjunto sigue estando muy poco poblado aunque ciertamente la distribución de la población dista de ser homogénea. Tampoco es efectivo, como lo predicaron los agoreros de los años setenta y algunos aún hoy, que por falta de energéticos se vayan a “secar las gasolineras”, acabar los minerales, los alimentos o el agua. Todo ello se ha demostrado falso. De hecho, no es posible predecir hoy día para cuantos miles de millones de habitantes adicionales alcanzarán los recursos, pues nadie puede predecir un límite para la capacidad tecnológica de la humanidad.
El “estabishment” demográfico, especialmente el ligado al gobierno norteamericano, erró totalmente, pues al crecimiento poblacional, al cual le pusieron el nombre publicitario, no científico, de “explosión” demográfica, con todas las connotaciones de desastre que sugiere el término, lo confundieron con una situación inexistente de sobrepoblación. Son como aquellos niños de los cuales hablaba Pascal, que se hicieron unas máscaras, y al jugar con ellas, se asustaron de sí mismos.

El ambientalismo extremo

Un nuevo peligro para la especie humana proviene de los ambientalistas extremos de la “ecología profunda”, quienes, yendo más allá del respeto y del cuidado de la naturaleza, un avance del último siglo, han llegado a considerar a los seres humanos no sólo como contaminadores, lo que siempre puede superarse, sino como CONTAMINANTES que deben ser físicamente eliminados. Los nombres de algunas de las fundaciones de este movimiento hablan por sí mismas: “Hearth first” –la Tierra está primero- es una. Otra: “Negative Population Growth”- crecimiento poblacional negativo, e, increiblemente, existe el “Voluntary Human Extinction Movement” – Movimiento para la extinción humana voluntaria. Todas estas fundaciones, por cierto, son partidarias del aborto.
Esto me parece aterrador. Si antes algunos movimientos ideológicos como el comunismo o el nazismo pretendieron destruir a los enemigos de clase, o a los miembros de razas supuestamente inferiores, respectivamente, hoy, para la ecología profunda, el enemigo son los seres humanos como tales..


El hombre como producto tecnológico

Un último factor al cual me referiré guarda relación con la aplicación de una cierta mentalidad tecnológica sobre la vida humana.
La actitud hacia los niños por nacer, en nuestro siglo se ha ido asemejando cada vez más a la que se tiene respecto de los productos industriales. Así se programa rigurosamente su concepción, incluso mediante técnicas artificiales desarrolladas en placas de Petri, y se vigila, utilizando el diagnóstico ultrasónico o el citológico prenatal, su progresión hacia un producto acabado, estableciéndose lo que un alto funcionario del Ministerio de Salud llamó “un control de calidad preventivo”, por el cual si el producto viene de alguna manera fallado, como p. ej. Si padece el síndromo Down, se procede a su eliminación. Incluso en la India, Corea y China, y menos en occidente, se procede a la eliminación selectiva por aborto de niñitas perfectamente normales, cuyo único “defecto” es el sexo, el que es poco apreciado en esos paises. R. P. Ravindra, trabajador social de Bombay, informó que si usando la amniocentesis, un método de diagnóstico prenatal, se determinaba que el sexo de la creatura era femenino, casi siempre se procedía al aborto. Así, de 8.000 casos de aborto estudiados por el, 7.997 eran niñitas.
Otro de los “productos” son los embriones generados en la fecundación in vitro (FIV),que son congelados por si se necesitaran para una implantación posterior. En Gran Bretaña, en 1995 se procedió a descongelar y eliminar a 3.300 de estos niños ya que la ley no autorizaba un congelamiento mayor que cinco años sin consentimiento de sus padres. Para ello se los pasaba de un congelamiento de –196 grados C a alcohol o agua y luego se los incineraba. Carlo Cafarra (un gran moralista contemporáneo), ha comparado el congelamiento de embriones para guardarlos sin que se echen a perder, con lo que hacemos con las frutas o mercaderías perecibles que congelamos hasta necesitarlas.

Es el uso más pragmático del hombre, como producto perecible, que se pueda concebir.

Los niños muertos antes de nacer son usados ampliamente, al igual que otros productos, en la confección de cosméticos. Así en Londres hay un “banco” de fetos para surtir la industria de células vivas. Pero el caso más conocido fue el tráfico hacia Francia de camiones enteros llenos de niños abortados en la Bulgaria comunista, destinados a la industria cosmética. Una exportación no tradicional que fue denunciada por el juez Claude Jacquinot en la Gaceta de los Tribunales, y que tuvo amplia repercusión periodística.
Los óvulos de niñitas abortadas, que ya están maduros a las doce semanas, han sido usados para la FIV. No sé si habrán nacido niños de ellos, pero nadie podrá explicarles a esos hijos que su madre nunca llegó siquiera a nacer.
También los niños abortados son usados ampliamente en experimentos médicos y farmacéuticos, entre otros por la Imperial Chemical Industries (ICI), una de las fábricas químicas más grandes del mundo, como lo reconociera Garnet Davey, su director.
La práctica del aborto es también la base una industria que mueve muchos millones de dólares al año. Me impresionó hace un par de años recorrer la guía telefónica comercial (páginas amarillas) de la ciudad de Nueva York. Justo al comienzo de ella, en la A, hay página tras página, muchas, con anuncios de clínicas abortivas locales.
Es interesante el testimonio de un médico abortista inglés, aparecido en el libro “Babies for burning” (Niños para Quemar) de M. Litchfield y S. Kentish, quien dijo: “Los que viven cerca de mi clínica se han quejado por el olor a carne quemada del incinerador. Huele mal. Dicen que apesta como un campo de extermino nazi de la última guerra. No sé cómo pueden conocer el olor de los campos alemanes, pero no niego el hecho. Por eso busco siempre la manera de librarme de los fetos sin quemarlos. Se gana un montón de dinero pasándoselos a los investigadores”. Lo que no dijo, pero que se sabe, es que algunos de estos niños son echados vivos al incinerador. Hoy día sabemos que los niños antes de nacer tienen bien desarrollada su sensibilidad. En un estudio reciente efectuado por psicólogos ingleses, se ha visto que ya a las 21 semanas de gestación los niños son capaces de percibir y recordar melodías musicales bastante complejas, lo que se ve al someterlos a pruebas posteriores al nacimiento. En este episodio parecen confluir en una síntesis macabra, todos los errores y los horrores de los que hemos sido capaces los hombres del último siglo. La eugenesia, los campos de extermino, la perversión de la técnica, el endurecimiento de las conciencias.

Pienso que este catálogo de horrores, desgraciadamente reales y frecuentes, no puede dejar indiferente a ningún hombre, ninguna mujer, ningún joven de este tiempo, y que se requiere un cambio total de mentalidad, una metanoia, para entrar a un nuevo milenio libres de estas lacras.






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